30.9.12

RENUNCIAR A LA BIOTECNOLOGÍA TIENE UN PRECIO

RENUNCIAR A LA BIOTECNOLOGÍA TIENE UN PRECIO
@jmmulet en Twitter JOSÉ MIGUEL MULET
PROFESOR DE BIOTECNOLOGÍA EN LA UNIVERSIDAD POLITÉCNICA DE VALENCIA E INVESTIGADOR DEL INSTITUTO DE BIOLOGÍA MOLECULAR Y CELULAR DE PLANTAS
El Correo
28 septiembre 2012
 
Debemos superar la biotecnofobia y el miedo absurdo a los transgénicos. Nos va el futuro en ello
Un reciente estudio financiado por el BBVA apunta, entre otras cosas, que el 69,6% de los españoles piensa que «los átomos son más pequeños que los electrones». La cosa podría no tener mayor trascendencia que la simple anécdota, pero la ignorancia en materia científica siempre tiene un precio. Por ejemplo, según ese mismo sondeo, el 75,7% de los españoles piensa que «los antibióticos destruyen los virus». Esto implica que, para un herpes, mucha gente se automedica e incluso algunos médicos recetan antibióticos. Si esos antibióticos se han conseguido por medio de la Seguridad Social, ya tenemos un ejemplo de cómo estamos derrochando dinero público por ignorancia. A veces, las consecuencias pueden ser tan graves como cargarnos un sector productivo por completo.
 
El mismo estudio certifica que el 54,9% de los españoles piensa erróneamente que las plantas convencionales no tienen ADN, pero las transgénicas sí. El porcentaje es similar en la mayoría de países europeos. No es por tanto casualidad que la gente vea la biotecnología como algo extraño, peligroso, y, por eso, el consumidor europeo, a diferencia del americano o asiático, rechace los transgénicos. Y, dado que el consumidor no los quiere, la ley ejerce un férreo control sobre ellos. La legislación europea solo permite sembrar una variedad de transgénico, el maíz MON810; pero, como también es obligatorio su etiquetado como tal, se utiliza básicamente para alimentación animal, dado el rechazo de los consumidores. España es el principal país productor y lo exporta a otros, como Francia, que han decidido no sembrarlo. El caso del maíz MON810 en España es una pequeña victoria dentro de una gran derrota.
 
No tuvo la misma suerte la compañía BASF, que invirtió 12 años y millones de euros en conseguir la autorización de una patata transgénica diseñada para obtener papel con menos procesos químicos, lo que supone un ahorro en los costes de producción y reducir el impacto ambiental. Después de lograr la autorización, el Gobierno alemán se sacó nuevas trabas de la manga. La decisión de BASF fue cerrar toda la división de investigación en biotecnología vegetal de Europa y llevársela a Estados Unidos, centrando su estrategia en proyectos orientados al mercado de ese país. Es decir, la legislación restrictiva en materia de biotecnología ha conseguido que una compañía de referencia cierre uno de sus centros principales ¿Cuál ha sido la consecuencia? Más paro y menos oportunidades de empleo para científicos formados y un golpe a la economía productiva, puesto que perdemos la oportunidad de desarrollar productos útiles para el consumidor, el agricultor y la industria europea.
 
Sin embargo, el caso que mejor ejemplifica el error de la política europea de bloqueo a la biotecnología es el del algodón. La ley europea impide sembrar transgénicos, con la excepción mencionada del maíz. En cambio, permite la importación de los productos derivados. No se puede sembrar, pero sí importar y vender. Los algodoneros españoles cultivan variedades convencionales de algodón y tienen que luchar contra las plagas como el temido gusano rojo con plaguicidas y pesticidas químicos. En cambio, en India y Australia cultivan algodón transgénico tolerante a plagas.
La primera ventaja es que estos cultivos no hace falta tratarlos, lo que supone un ahorro de costes de producción que el agricultor español no tiene, sumado al impacto ambiental. El resultado final es un producto mucho más barato. El efecto: precios sin competencia, por lo que la mayoría del algodón que circula por Europa es transgénico importado y hemos impedido a los agricultores competir en igualdad de condiciones.
 
Hace unas semanas, la revista de la Academia Nacional de Ciencia estadounidense (‘PNAS’) publicó un documentado artículo sobre el impacto económico que la implantación del algodón transgénico ha tenido en India. En contra de la información divulgada por algunas fuentes, el mayor beneficio se ha producido entre los pequeños y medianos productores, puesto que una bajada de costes en pesticidas y en horas de trabajo repercute en un aumento del beneficio que en porcentaje es mucho mayor para explotaciones pequeñas. De hecho, este aumento de beneficios se ha notado en los hábitos de consumo y es uno de los factores que explican que India sea una de las potencias económicas emergentes.
 
Lo más gracioso de esta historia es que la normativa de etiquetado de los productos ecológicos solo afecta a la alimentación, por lo que las prendas de algodón que muchas cadenas de ropa etiquetan como ‘orgánica’ o ‘ecológica’ posiblemente sea transgénica porque ninguna ley impide que lo sea. Solo hay que fijarse en el país de producción y si explícitamente dice que no es transgénica. Normalmente, suelen indicar que en su cultivo se han utilizado menos pesticidas, algo que cumple el algodón Bt, resistente a insectos.
Podríamos poner muchos ejemplos, como el trigo apto para celíacos, desarrollado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), pero que no puede llegar al mercado porque la ley prácticamente lo impide. Posiblemente, en un futuro cercano, alguna empresa americana lo comercialice y nos tocará importar una tecnología desarrollada con fondos públicos cuando podríamos exportarla. Debemos superar la biotecnofobia y el miedo absurdo a los transgénicos. Nos va el futuro en ello.

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